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Cronoilógicamente hablando Jaime Alejandre sucedió en
1963 un día, dicen, que nevaba, lo que sería casi cursi
si no fuera porque nació en Las Huelgas, en marzo... y nevaba.
Según otros nació
en Ila Muftarak, excavación arqueológica donde su madre
descubrió el famoso busto de Adriano Ciego, transcurriendo su juventud
entre piedras y vestigios, memoria, asolación. Ello hirió
su piel de otoños, su corazón de caducidad.
Quiso ser escribidor de tangos o astronauta y siempre otro, pero tuvo
que ser él por haberse infectado de pessoaismo incurable a los
catorce años. Ello le produjo un contagio masivo del corazón
de insomnio, viajes, literatura y otras enfermedades etéreas y
veniales. Y vice-versa también [por qué no reconocerlo],
o sea, eternales y venéreas.
Años después de haber combatido como Capitán de
Húsares al servicio de Katharina Stalowa en la acción de
Balaklava, se exilió a la isla de Upolu donde, escribiendo versos,
se recuperó de las heridas que habían dejado, el amor, en
su piel y, en su corazón, la vil melancolía.
A los siete años Jaime pasó la varicela y a los veinte por
el lago desértico de Chott El Jerid. Lo uno le dejó tres
marcas en la piel; lo otro perplejo. La conjunción de estos dos
sucesos le ha llevado a profesar paciente admiración por Pirrón
de Elis y su doctrina.
Puesto a dedicarse integralmente a empresas vanas como la literatura, y empecinado autodidacta luchador de quimeras improductivas, ha trabajado en la defensa del medioambiente (y es socio de WWF y de la Fundación Energías Renovables); y en defensa de la paz y por el desarme: en la prohibición de las minas antipersonal, las armas químicas y las biológicas en la ONU. También ha trabajado en los derechos de las personas con capacidades diferentes (donde colabora aún con las personas sordas, habiendo realizado la primera antología de poesía española desde el siglo X hasta nuestros días en Lengua de Signos Española).
Para poder entregarse a su adicción como escritor se ha autoprovocado
un insomnio consistente que le habilita las horas de la nocturnidad para
escribir al margen de todas y cada una de las escuelas.
Mal-versador de la amistad y
algún que otro poema, la diversidad fue su vocación y va
a matarle, si no lo hace antes su pasión por el vacío, que
hace que entre sus aficiones esté la de bajarse en marcha de las
avionetas, pero siempre con intranquilidad y paracaídas. Por esa
misma pasión ha cometido y publicado novelas, libros de relatos
y poesía. También dado a la dramaturgia en cierta forma
no gaseosa, escribe obras de teatro. Y ha sido lo mismo él que Jaime Azcona, Rosario Alejo, Jaime Reis, Jiménez de Jamuz y otros tantos, tantos otros.
Convencido de que todo es efímero y en ello radica buena parte de la belleza humana, algunos de sus poemas han sido interpretados en Lengua de Signos Española y ha publicado parte de su obra en Braille y en audiolibros.
Por su pasión de estar siempre en otra parte, ha practicado paracaidismo, alpinismo y submarinismo. Y por su necesidad de huir para sentirse libre ha hecho atletismo desde hace cuarenta años y en la actualidad compite en carreras de alta montaña.
Ha viajado por un centenar de países como Angola, Namibia, Botswana, Zimbabwe, Suráfrica, Senegal, Costa de Marfil, Guinea Ecuatorial, Malí, Kenia, Etiopía, Tanzania, Túnez, Marruecos, Omán, Siria, Jordania, Sri Lanka, Islas Maldivas, India, Nepal, China, México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Cuba, Perú, República Dominicana, Chile, Brasil, Bolivia, Colombia, Argentina, Uruguay, Ecuador, Paraguay, Alaska, California y Costa Este de los EEUU de Norteamérica, Canadá, Rusia, Unión Europea, Andorra, Suiza, Serbia, Chipre del Norte, Europa Oriental y Escandinavia.
Meses antes de cumplir los 40 entró a pie en Tombuctú después de haber recorrido en solitario la curva del Níger desde Bamako. Ya pasados los 50 ascendió a la cumbre del Kilimanjaro por la sola pasión de observar a su amada África desde más alto que las nubes y alcanzó sucesivamente las fuentes del Nilo Azul y la perdurable felicidad junto a Marga.
Vivió en 1992 en Ángola como observador de la ONU para devolver
la paz a ésa que ya considera su patria. Esta cautivadora empresa
le convenció de que lo único que podía proyectar
para el porvenir era su misma sombra de siempre.
Pocos saben dónde vive -si es que vive- y si fue cierto su mítico abrazo a Corto Maltés allá en Lubango, o su eterno paseo por la ruina del Tiempo, ya sin otra piel, sin otro corazón que los de sus hijas Lía y Jana, que le inocularon la felicidad y la armonía de oriente a ese soñador antes maltrecho…