Portada - Fugu

HACIA LAS SOMBRAS
- Novela -

Sial, Madrid, 2009

ISBN:
978-84-95140-77-7



Hacia las sombras - Librería Estudio en Escarlata



Hacia las sombras


En una atmósfera de violencia inmisericorde ambientada entre 1975 y 1977 con la propia Transición española como personaje, se enfrentan Pacheco, un policía de la DGS, y Joao Reis un capitán de la Revolución portuguesa de los Claveles devenido terrorista por obra de quién sabe qué instigador.

En clave de novela negra “Hacia las sombras”se desarrolla como un alud. Empieza casi desapercibidamente y va acelerando como un torbellino de violencia galopante para terminar desbocado en un desenlace sorprendente. Un mundo oscuro y terrible donde terroristas y policías confluyen en la misma indignidad humana, un mundo donde no hay bondad ni virtud posible, donde todo es impiedad.

 


Cuando vi agacharse a Cayetana justo delante de mí, deseé ser capaz de olvidar para qué habíamos ido al cementerio. ¡Qué despropósito, a aquellas bajuras de mi vida! Menos mal que a partir de ‘mis’ cuarenta y después de seis malarias, al fin sabía que para hacer dos cosas distintas a un tiempo se necesita algo más que las cosas, tiempo y concentración. Así que parpadeé en la noche y, sin ilusión, me volví hacia la furgoneta para descargar otra de las mochilas con los explosivos.

La tranquilidad era precisamente ésa, la de los cementerios. Apenas polvo y huesos. Amén. A lo lejos el pueblo dormía. Hacía tanto frío que los perros no se atrevían a ladrar.
Para llevar catorce mochilas, cada una de ellas cargada con cincuenta kilos de dinamita, me bastaba yo solo haciendo siete viajes. Cosas más pesadas había llevado a la espalda. No mi conciencia o chorradas por el estilo sino el cuerpo herido de alguno de mis suboficiales en Angola. Para mover la lápida y dejar allí los explosivos tampoco habría necesitado a los tres, pero evitar el peligro de que el mármol se rompiera y acabar cuanto antes fueron razones suficientes para contar con ellos.

Mientras Cayetana, Miguel y yo bajábamos las mochilas de la furgoneta, Fernando intentaba abrir el candado de modo que nadie pudiera enterarse de la profanación. Quince segundos después de empezar a hurgar en la verja se puso a ayudarnos con la descarga. No había candado, bastaba con girar el pomo y empujar. Qué gran invento los pueblos alcarreños y el éxodo rural.

Les dije que esperaran fuera. Tardé casi un cuarto de hora en encontrar la tumba perfecta. Regresé. Los vi al otro lado de la verja, como sombras de una Companha poco Santa, e instantáneamente pensé que era sólo cuestión de tiempo. Más tarde o más temprano todos los hombres acababan convertidos en cenizas. Pero para los que manejaban materiales como los de nuestro negocio solía acabar siendo pronto y a deshora.
Allí estaban, callados como obedientes centinelas. Como los mismos muertos del cementerio...

 

subir